Mi corazón está difuminado, no tiene forma. Cuesta verlo y entenderlo y, sin embargo, a veces late. Sólo a veces. Pero luego le entra el miedo y se pierde, se hace pequeño en mi escritorio. Muy muy pequeño. Tanto que de golpe cabe en la palma de mi mano y tengo que tener cuidado para no estrujarlo porque en él está escrita la palabra que nos une, la misma que a veces nos aleja. En esos momentos el pánico se camufla, se acerca con sigilo para susurrarle que al final siempre tambalea y se cae. Sin embargo hoy, un día cualquiera, sin miedo lo coloco en la yema del dedo y te lo entrego.
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
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TE AMO