Apuesto a que alguna que otra vez os habéis llevado una decepción con algo o con alguien. En ese momento te paras unos segundos y piensas, pero ni siquiera puedes pensar con calma porque en tu mente todo es un lío, intentas encajar piezas pero no encuentras sus respectivas.
Se podría decir que cada vez hay menos personas que se preocupan por los demás. Es bueno pensar en uno mismo y mirar por nuestro bien, pues ¿quién sino va a hacerlo? Lo que pasa es que creo que hay un límite. Hay personas que se aprovechan de los demás porque solo buscan su propio beneficio. En ese caso, está engañando a la otra persona, ¿podría ser?
Je ne sais pas.
No creo que sea decepción en su totalidad, más bien es impotencia de ver que has estados durante años dando, acordándote de esas personas a las que apreciabas para que luego te digan que ni siquiera te considera un amigo, y que aún peor, que se avergüenzan de ti. Son palabras muy duras, y para decirlas hay que tener valor. Por eso no hace falta que nos las digan, pues las palabras no son el único medio para comunicarnos, pues con los ojos se pueden expresar emociones, con los gestos, con los movimientos del cuerpo.
Pensar demasiado en personas que luego no reconocieron todo lo que hiciste, ya no importa y menos lamentarse, pues no se puede volver al pasado. Pero ya está bien de ser la tonta y de no aprovechar el tiempo con la gente que siempre estuvieron ahí desinteresadamente y que realmente lo merecen.
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
Comentarios