Supongo que necesito los pequeños detalles, las sonrisas, los abrazos, los disgustos, las ironías, incluso la indiferencia. Son el reflejo de cada uno de nosotros, algo así como nuestra marca personal. Quizás es por eso no se puede reemplazar a nadie, porque todos estamos hechos de pequeños detalles. Cosas que hacen que alguien más extrañe nuestra presencia. Momentos irremplazables. Algo así como un café. Si. Un café, hoy, con cualquier persona, será tremendamente distinto a un café de hace cuatro años, con la misma persona. Y creo que no deberíamos intentar recuperar lo que perdemos. Porque no será lo mismo.
El día en el que el ginecólogo me dijo...
Hay que ver la de cosas que pueden hacer que una levante un señor complejo nuevo así, de la nada. Un día tienes mil complejos, al siguiente, de pronto, tienes mil uno. Yo, personalmente, llevo a la espalda una mochila enorme llena de las inseguridades que he ido acumulando a lo largo de los años. Y, aunque hay algunas que están íntimamente ligadas a mi carácter, muchas otras nacieron a raíz de algún comentario. Bienintencionado, con verdadera malicia o sin ningún tipo de intencionalidad. Alguien que dice algo, sobre mí o mi cuerpo, y, bum, un nuevo inquilino para la mochila. Pero bueno, aunque no soy capaz de evitar que este tipo de movidas me afecten y me calen hondo, lo que sí puedo hacer es tratar de llevarlo con humor. Sí, soy de esas que van de que todo se lo toman a coña. Nunca es real al 100 %, sin embargo, ayuda a sobrellevar lo que sea que te hace daño. Un poquito. Así que quiero compartir la anécdota con la que nació uno de mis complejos más íntimos. La del día en el que el
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