Bueno, para empezar estaría bien puntualizar que a la hora de abrir la boca sobre mí sólo me importa escuchar lo que tenga que decir la gente que me importa o la que haya marcado, de una u otra forma, mi presente. Espero que los dos estemos de acuerdo en saber que tú, ni de lejos, estás entre ellas. Todo esto debería hacerte llegar a la conclusión de que, tanto las cosas buenas o las malas malísimas que vayas soltando por ahí de mí, me dan absolutamente igual. Al fin y al cabo eres una persona normal y corriente (por desgracia o no), el mundo está lleno de ustedes y está demostrado que le tenéis vicio a todo lo ajeno. De todas maneras, me sigue pareciendo una tontería enorme que te interese perder el tiempo jugando con mi nombre cuando yo puedo denigrarme mucho mejor, pero no me voy a meter en tu estilo de vida ni tampoco voy a pararme en explicarte mi capacidad infinita para liarla. Sólo espero que la próxima vez no te acerques con tu máscara sonriente a saludarme, no porque me suponga un gran esfuerzo darte cortésmente dos besos, sino porque considero absurda e innecesaria esa cortesía. Los dos podemos pasar de eso con un poco de sinceridad, y yo, de hecho, pienso hacerlo. Ver fantasmas es algo que sorprendentemente se me da de puta madre, pero me he dado cuenta de que ni si quiera llegas a la altura de esas míseras expectativas, así que sólo me queda recibirte alegremente tras una ovación patética: bienvenido al montón de inútiles que se creen que han pasado por mi vida.

(A mí hace años me dan por culo las mentiras piadosas)

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