Tu luz

 Julio… hoy, como cada día que pienso en ti, siento un vacío inmenso. Dos meses, un mes, un día… y aún no puedo creer que no estés aquí. Que ya no pueda escucharte reír, que no pueda abrazarte ni decirte lo mucho que significas para mí. Perderte duele de una manera que no se puede explicar con palabras, porque eras más que un amigo: eras mi refugio, mi confidente, mi risa en los días grises, mi luz cuando todo parecía oscuro.


Es tan difícil imaginar un mundo sin ti… un mundo en el que no me busques para compartir cualquier tontería, para hacerme sonreír con tus ocurrencias, para recordarme que la vida puede ser hermosa aunque duela. Te echo de menos en cada pequeño gesto, en cada rincón que antes estaba lleno de ti, en cada recuerdo que me golpea con fuerza y ternura a la vez.


Nunca entenderé del todo tu dolor, ni qué te llevó a marcharte así… y eso duele tanto. Me duele pensar en tu sufrimiento escondido detrás de esa sonrisa que iluminaba todo. Me duele no haber podido abrazarte y decirte que no estabas solo, que yo estaba aquí, siempre, sin condiciones.


Vivir sin ti es un aprendizaje constante. Es aprender a caminar con tu ausencia, a cargar con la nostalgia de tus risas, de tus palabras, de tu mirada. Pero también es aprender a recordarte con amor, a celebrar cada instante que compartimos, a mantener viva tu luz dentro de mí.

Julio… donde quiera que estés, quiero que sepas que siempre serás mi mejor amigo, mi persona favorita, mi refugio seguro en los recuerdos. Y aunque me duela la vida sin ti, el dolor se mezcla con la gratitud de haberte tenido, de haber compartido contigo un pedazo de cielo en la tierra.

Te extraño y siempre te llevaré conmigo, en cada lágrima, en cada sonrisa, en cada palabra que escribo pensando en ti. Porque perderte duele… pero haberte tenido fue lo más grande que me pudo pasar, el tenerte como amigo. 

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