Quizás el nuevo año sólo sea un salto en las manecillas del reloj o arrancar una hoja en el calendario, pero eso nos anima. A mí personalmente lo hace. Es marcar una fecha para empezar de nuevo o para continuar creciendo. No tengo un estudio de cómo ha sido este año ni estadísticas sobre si pesa más lo bueno o lo malo, sólo sé que a día de hoy me siento satisfecha. Contenta de que cada una de las personas importantes en mi vida haya estado a mi lado y confío en que siga siendo así. Cada vez noto las relaciones más fuertes y eso me encanta. Satisfecha también de mis pequeños logros y de haberme dado cuenta de cosas de las que quizás debería haberme dado cuenta antes, aunque nunca es tarde y por eso mismo tenemos un año más, siempre. También ha habido pérdidas y malos tragos de los que algo he sacado y, como todo, han pasado. Gracias a ello me encuentro ahora en este estado de ánimo. Si hubiera que resumir este año en alguna palabra sería ‘fuerza’. Sí, siempre fuertes.
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
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