Tengo cien mil toneladas de amor para dar, pero no se a quien.
Tengo ganas de todo, de odiarte y necesitarte a la vez. De alejarme de ti y volver corriendo para ver que aun sigues ahí. Tengo ganas de que me mientas y saber que todas tus palabras no son ciertas . Tengo ganas de perderme y encontrarme contigo. Tengo ganas de tener un plan B, C, o Z. Tengo ganas de vivir sin planear, de saltar y saber que me cojerás. Tengo ganas de restar penas, sumar sonrisas, multiplicar recuerdos y no dividir mi corazón.
Tengo ganas de anelar lo que nunca he tenido, de gozar de lo porhibido, de nadar en el desierto, tengo ganas de que me ocurra la casualidad más grande de mi vida. Tengo ganas de sorprenderme de cosas que ya sé. Tengo ganas de nuevas relaciones con personas iguales, ganas de confesar lo inconfesable
y de juntar el agua con el aceite.
Tengo ganas de una sencillez complicada, ganas de entender las lógicas de un borracho. Tengo ganas de preguntar sin que me den respuesta, que me respondan con gestos, tengo ganas de no escuchar palabras. Ganas de que la oscuridad me ilumine. Tengo ganas de verte con los ojos cerrados y soñarte con mis dedos. Ganas de tener prisa para ir despacio. Tengo ganas de que me arrastren los sentimientos. Tengo ganas de observar aquello que a primera vista no vi. Pero aun tengo más ganas de no saber de ti, ganas de echarte de menos, de no sentirte, de ignorarte
Tengo ganas de todo y nada a la vez
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
Comentarios