A ver, ¿quieres dejar de mirarme? Que me he levantado con el pie izquierdo, vale, ¿y qué? Hoy estoy muy enfadada, mucho más de lo que nadie se pueda imaginar, pese a que piensen que mis ojos dulces y yo no nos podemos enfadar nunca. Otra cosa es que vaya por ahí todo el puto día bufando como otros hacen y diciendo verdades, porque hoy por la boca, sólo me salen verdades. Y todas me las estoy callando. Hoy con toda esta rabia encima no sabría decir de ninguna de las maneras que el negro se puede convertir en blanco alguna vez. Hoy no me apetece secarme el pelo con esmero. Ni mirarme al espejo. Tampoco me apetece sonreír, sería demasiado forzado, y a mí no me gusta hacer nada a la fuerza, sé esperar a sonreír para cuando me apetezca de verdad. No echan nada en la tele. Y encima es Mayo, y ese viento frío no para de corretear por la calle. El sol no sale casi nunca, y pese a que se hace de noche más tarde, hay tanto sueño y cansancio a partir de las nueve que lo único provechoso a esas horas consiste en meterse en la cama, cerrar los ojos y soñar con la arena del desierto arañando mi cara otra vez. Nadie me llama para ver qué tal estoy, el teléfono pocas veces suena, y si suena es de parte de los de MoviStar que me ofrecen otro regalito más. Todo el mundo parece que está de mal humor. Pese a que seas el cuerpo de protección de mi felicidad de vez en cuando siento que terroristas invaden mi esencia y me convierten en un puñetero ente muerto, abandonado a la suerte de la corriente giratoria de este mundo rápido y ensordecedor, y amarrado sin elección a un nuevo fracaso humano.
Esperemos que todo esto sea sólo porque sólo es lunes por la noche, por favor.


Y se hizo martes, el sol volvió a salir y ella se dio cuenta de que lo único que podía hacer era sonreír.

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