Estas son las últimas palabras que te dedico. Esta es la última vez que pienso en ti como un nosotros. La última vez que pienso en llamarte desesperada. La última vez que pienso en que se podría arreglar. No, no se podría ni aunque quisieses, porque parece que me va a costar toda una vida olvidar todo el daño. El daño, los lloros, los desmayos, las culpas, la otra, el miedo, a ti desapareciendo en mitad de la noche de un día de Noviembre. El querer un motivo, el necesitar un motivo. Pues que te jodan. Por toda esa gente que no sospechamos que está ahí y que será igual de especial de lo que nosotros fuimos. Seguramente incluso más. Adiós. Adiós, idiota.
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
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