Estas son las últimas palabras que te dedico. Esta es la última vez que pienso en ti como un nosotros. La última vez que pienso en llamarte desesperada. La última vez que pienso en que se podría arreglar. No, no se podría ni aunque quisieses, porque parece que me va a costar toda una vida olvidar todo el daño. El daño, los lloros, los desmayos, las culpas, la otra, el miedo, a ti desapareciendo en mitad de la noche de un día de Noviembre. El querer un motivo, el necesitar un motivo. Pues que te jodan. Por toda esa gente que no sospechamos que está ahí y que será igual de especial de lo que nosotros fuimos. Seguramente incluso más. Adiós. Adiós, idiota.
El día en el que el ginecólogo me dijo...
Hay que ver la de cosas que pueden hacer que una levante un señor complejo nuevo así, de la nada. Un día tienes mil complejos, al siguiente, de pronto, tienes mil uno. Yo, personalmente, llevo a la espalda una mochila enorme llena de las inseguridades que he ido acumulando a lo largo de los años. Y, aunque hay algunas que están íntimamente ligadas a mi carácter, muchas otras nacieron a raíz de algún comentario. Bienintencionado, con verdadera malicia o sin ningún tipo de intencionalidad. Alguien que dice algo, sobre mí o mi cuerpo, y, bum, un nuevo inquilino para la mochila. Pero bueno, aunque no soy capaz de evitar que este tipo de movidas me afecten y me calen hondo, lo que sí puedo hacer es tratar de llevarlo con humor. Sí, soy de esas que van de que todo se lo toman a coña. Nunca es real al 100 %, sin embargo, ayuda a sobrellevar lo que sea que te hace daño. Un poquito. Así que quiero compartir la anécdota con la que nació uno de mis complejos más íntimos. La del día en el que el
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