La tristeza, sin embargo, subyace. O mejor: es como el monstruo de las galletas del alma. Se come todo lo que tengas por dentro. A lo mejor los ataques de ansiedad precedentes a una tristeza profunda se deben a que el bicho azul se va quedando sin gasolina. Después, como es lógico, empieza contigo. Primero se come tu amor propio, tu autoestima, tu seguridad. La fe en ti mismo, el optimismo. Tu alegría. Las ganas de salir, las de hacer cosas. Cuando no tiene nada más que comerse se caga en tu puta madre, y eso, desde dentro, duele. Duele hasta el punto de que uno se siente culpable por estar vacío (y no poder alimentar a la criatura) Y llora. Pero el bicho sigue teniendo hambre, y nadie le ha lavado la boca con lejía nunca, y te sigue diciendo un montón de cosas bonitas. Y tú te sientes muy mal porque no sabes cómo llenar ese hueco, porque hombre, nadie va vacío por la vida. Seguro que tus vecinos y tus amigos y esos a quien quieres y respetas tienen muchas cosas por dentro, cosas buenas. Pero tú no. Tú estás vacío. De hecho, ya tenías poco dentro (seguro que alguna vez te lo avisaron, descuidado), y claro, se acaba.
Y el monstruo grita y grita y te golpea. Te golpea mucho, la verdad. Y aunque te gustaría poder enfadarte…pues es tu monstruo azul y hay que darle de comer y tú tienes la culpa porque no eres capaz de encontrar la manera de llenarte y no estar vacío porque eres una mierda como él bien te ha dicho, cándido, pobrecito.
Y lloras y lloras. No sólo estás vacío sino que eres inútil. No tienes nada, pero es que encima no sabes hacer nada. Y te quedas parado. Total. Estás cansado. Todas esas cosas feas que te grita son verdad. Son verdad. Y si son verdad…no puedes hacer nada. La verdad es que el jodido peluche azul es más resistente que tú, que te consumes día a día. [...]

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