Son las sensaciones extrañas las que nos hacen meditar. Mi vida gira entorno a una gata y pocas personas. La mayoría de mis días carecen de sentido y hay veces que no me acuerdo por que apago el despertador. Cuando me asomo a la ventana y veo que hace sol me entra una sonrisilla placentera, recordandome que cada vez queda menos para quitarme la chaqueta. Volví a fumar por nerviosismo y dependencia, ahora consumo las horas igual que los cigarros me consumen a mi: sin ninguna finalidad. Tampoco entiendo muy bien que ha pasado, qué he hecho mal ni quien me ha dado tanta paciencia. Pero sigo levantandome por las mañanas y sigo buscando mis sueños, aunque aun no se muy bien donde están.
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
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