Tenemos la mala costumbres de aferrarnos a algo, de darlo todo sin nisiquiera darte cuenta, que aveces no recibes nada. Tenemos la mala costumbre de querer demasiado, a personas que ni siquiera se dedican a querernos un poquito… Y lo peor de todo, es lo que viene después, las noches eternas sin dormir, los días enteros que te pasas pensando, un ¿porqué?, pero ese porqué, jamás viene con una respuesta, o al menos en el momento que lo necesitas.
Siempre intentamos aferrarnos a un sueño, a una ilusión, a un momento que deseamos que se haga eterno, y ese es el gran fallo, porque aunque digan que sí, nada es para siempre. Una simple actitud, un simple gesto o palabra, puede matar de golpe ese sueño, esa ilusion que estaba creada; quizás sea difícil, pero lo mejor es no aferrarse a nada, no depende de nadie, pero cuando el corazón manda, no hay quien le lleve la contraría, él es capaz de apoderarse de todo, de decirte qué es lo que debes hacer, aunque luego acabes estampada contra la pared.
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
Comentarios