Tenemos la mala costumbres de aferrarnos a algo, de darlo todo sin nisiquiera darte cuenta, que aveces no recibes nada. Tenemos la mala costumbre de querer demasiado, a personas que ni siquiera se dedican a querernos un poquito… Y lo peor de todo, es lo que viene después, las noches eternas sin dormir, los días enteros que te pasas pensando, un ¿porqué?, pero ese porqué, jamás viene con una respuesta, o al menos en el momento que lo necesitas.
Siempre intentamos aferrarnos a un sueño, a una ilusión, a un momento que deseamos que se haga eterno, y ese es el gran fallo, porque aunque digan que sí, nada es para siempre. Una simple actitud, un simple gesto o palabra, puede matar de golpe ese sueño, esa ilusion que estaba creada; quizás sea difícil, pero lo mejor es no aferrarse a nada, no depende de nadie, pero cuando el corazón manda, no hay quien le lleve la contraría, él es capaz de apoderarse de todo, de decirte qué es lo que debes hacer, aunque luego acabes estampada contra la pared.
El día en el que el ginecólogo me dijo...
Hay que ver la de cosas que pueden hacer que una levante un señor complejo nuevo así, de la nada. Un día tienes mil complejos, al siguiente, de pronto, tienes mil uno. Yo, personalmente, llevo a la espalda una mochila enorme llena de las inseguridades que he ido acumulando a lo largo de los años. Y, aunque hay algunas que están íntimamente ligadas a mi carácter, muchas otras nacieron a raíz de algún comentario. Bienintencionado, con verdadera malicia o sin ningún tipo de intencionalidad. Alguien que dice algo, sobre mí o mi cuerpo, y, bum, un nuevo inquilino para la mochila. Pero bueno, aunque no soy capaz de evitar que este tipo de movidas me afecten y me calen hondo, lo que sí puedo hacer es tratar de llevarlo con humor. Sí, soy de esas que van de que todo se lo toman a coña. Nunca es real al 100 %, sin embargo, ayuda a sobrellevar lo que sea que te hace daño. Un poquito. Así que quiero compartir la anécdota con la que nació uno de mis complejos más íntimos. La del día en el que el
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