Hacia adelante

No sé hacer las cosas fáciles. Pienso demasiado. Siento demasiado. Pero, sobre todo, digo demasiado. Me tomo las cosas demasiado en serio. No duermo por las noches con eso de querer matar todos los pájaros de un tiro de repente a lo super héroe, creyendo que esperar no duele y pensando, pensando demasiado en cómo hacer que el veneno se vaya. Aprovecho la oportunidad de luces que brillan cuando quieren y todo, todo vuelve a acabar y a empezar como en una serie cutre una pareja que da por culo con sus indecisiones y sus miedos, con sus idas y venidas. Nos meten en la cabeza la idea de que todo es posible y nos dejan en realidad desnudos en medio de la función sin llegar a distinguir a nuestros enemigos que nos hacen perder la confianza en que de vez en cuando las cosas simples hacen las mejores cosquillas del mundo. Me suelo vestir deprisa, el espejo me devuelve el reflejo de una chica con ojeras cansada de que le rocen sus heridas una, una y otra vez. Ni el mayor asesino en serie sería el peor enemigo que me podría encontrar a mi lado en comparación conmigo misma. Aniquilo cualquier indicio de felicidad. Soy capaz de tirar por la borda todos los pasos que doy al ritmo de mañanas atormentadas que no son personales ni de lejos ni de cerca, las mires por donde las mires. Y mientras tanto, hay algo que me dice que no me arrepienta de los tropiezos que doy de vez en cuando, porque quizás acabaré pidiendo un taxi y tendré todo lo necesario metido en vena para largarme –literal y simbólicamente- de este lugar que adormece mis sentidos de una forma incesante.

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