Siempre se me ha dado mal chuparme los problemas sola. Desde pequeña he necesitado que alguien me dijese que no había ningún monstruo en la habitación, que los fantasmas no existían y que no estaba gorda, si no que era “fuerte”. Después fui creciendo y me di cuenta de que sin amigos y amigas no era nadie. Empecé a valorar a mi familia como nunca, y me di cuenta de que necesitaba unas palabras de aliento en cada momento, como “seguro que apruebas”, “qué guapa estás”, “mañana nos comemos el mundo juntas”, “tranquila, parece que no es un cabrón” o un “te quiero mucho churri”. Y ahora que ya soy un poco más mayor, me gustaría que a veces las cosas fuesen más sencillas. Cuando se tiene miedo, bien por fantasmas, o bien por quedarse sin pandilla en plena adolescencia, o por un granito aquí u otro allá, te das cuenta de que lo sencillo de tener miedo a los fantasmas tiene su encanto. Ahora se tienen miedo a otras cosas. Da miedo quedarse solo principalmente. La soledad es una putada. Da miedo que de repente personas a las que quieres dejen de quererte en sus vidas. Y da miedo que la vida, que es así, según una visión conformista, te putee, y que encima nadie te abrace para que el golpe no sea tan fuerte, aún teniendo a muchas personas que se supone que lo harían gustosas. Todos con los veinte ya pasados tienen problemas, todos tienen poco tiempo y todos se ven puteados por un grano, una patada en el culo o un suspenso. La duda es… ¿y yo, qué? ¿Qué pasa cuándo la persona que siempre está en activo ahora está en pasivo porque no puede hacer otra cosa? No hay intercambio de papeles, no hay un puto feedback. Y todos duermen en sus casas, y tú te ves en frente de un hombre vestido de blanco contándote historias para no dormir que hoy por hoy no te dejan dormir. Y mañana al igual que hoy nadie te preguntará qué son esas historias, si estás asustada o si necesitas dormir acompañada porque sola entre tanta oscuridad sientes que puede haber fantasmas.
Quiero ir al lugar de la foto. El calor era asfixiante. El agua estaba caliente. Me aburrí soberanamente. Eché de menos a mucha gente, a él. Pero era dulce, todo era dulce. Porque no tenía miedo a nada.
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