La velocidad con la que malgasto caminos. Las despedidas que no llegaron a suceder. Mis ganas de que llueva y de no llevar paraguas en esta imaginaria ciudad. No quiero verte, no me quieres y no quiero verte. Pero no quiero dejar de recordarte. La velocidad con la que al pasar por los lugares que compartimos soy capaz de quererte. Mucho más, mucho más de lo que quisiera quererte. Porque te quiero. La velocidad con la que mis ojos se aguaron ayer. Ahora. Mañana. La velocidad con la que todo sucede. La velocidad con la que no te echo de menos. Dicen que no se puede echar de menos a alguien que no merece ser recordado. Yo no te echo de menos a ti, echo de menos que no llegaras a ser lo que necesitaba que fueras...
El día en el que el ginecólogo me dijo...
Hay que ver la de cosas que pueden hacer que una levante un señor complejo nuevo así, de la nada. Un día tienes mil complejos, al siguiente, de pronto, tienes mil uno. Yo, personalmente, llevo a la espalda una mochila enorme llena de las inseguridades que he ido acumulando a lo largo de los años. Y, aunque hay algunas que están íntimamente ligadas a mi carácter, muchas otras nacieron a raíz de algún comentario. Bienintencionado, con verdadera malicia o sin ningún tipo de intencionalidad. Alguien que dice algo, sobre mí o mi cuerpo, y, bum, un nuevo inquilino para la mochila. Pero bueno, aunque no soy capaz de evitar que este tipo de movidas me afecten y me calen hondo, lo que sí puedo hacer es tratar de llevarlo con humor. Sí, soy de esas que van de que todo se lo toman a coña. Nunca es real al 100 %, sin embargo, ayuda a sobrellevar lo que sea que te hace daño. Un poquito. Así que quiero compartir la anécdota con la que nació uno de mis complejos más íntimos. La del día en el que el
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