Sé que no soy perfecta. No soy la clase de niña perfecta y que sigue las normas al pie de la letra. También has de saber que cometo muchos errores, que me caigo 3 veces si es necesario con la misma piedra porque lo necesito. Casi siempre consigo lo que me propongo. También tienes que saber que soy muy sensible, cuando discuto con alguien siempre acabo llorando. Necesito mis momentos de soledad. Soy terca y como en esta cabecita se meta algo, difícil será que lo consigas sacar. Me miro al espejo un día y no me gusto, no estoy a gusto con mi cuerpo porque soy muy exigente conmigo misma. Soy tímida. Tengo las ideas muy claras. Soy como un libro cerrado que no hay más que mirar la portada para saber de que trata. Soy la persona que te acompañará en todo y la que nunca, nunca, nunca jamás te fallará. Soy el felpudo en el que puedes sacudir toda la mierda que has pisado de tu alrededor, porque te escucharé y dejaré que hables y llores todo lo que lo necesites.
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
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