Siempre dije que para estar de fiesta todos valemos. Pues claro. Para ir a tomar unas cañas, para pedir unas raciones, para beberse unas copas o para reirse de la vida, sirve cualquiera con un mínimo de cociente intelectual y ganas de pasarlo bien. La diferencia reside en qué en algún punto necesitamos algo más. Alguien que nos sujete los hombros cuando nos vienen los golpes, que nos demuestre que sonreir es más fácil de lo que nos parece, que una mirada puede cambiar un día nublado, que una mano en la rodilla tiene encanto o que un abrazo nos puede dar un vuelco al corazón. Y el punto diferencia lo pones tú. En cada momento. Y lo peor, es que, por muy pasteloso que me quede, no lo ves. Y dan ganas de mandarlo todo a la mierda, y gritartelo. Aunque no me creas. Porque claro que también te quiero por como follamos. Y también me jode que no entiendas que lo que no nos separa, nos hace más fuertes.
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
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