Ella no mira, te ve sin mirar. Ella no opina, siempre tiene razón. Ella no calla, te escupe las palabras desnudando el corazón. Ella no miente, solo inventa. Ella no sufre, solo traga. Ella no muerde, solo sangra. Ella ya no muere, solo vive. Ella no cansa, regala ilusión. Ella no camina, solo quiere correr. Ella no te contesta, sonríe. Ella no oye, escucha. Ella entiende, sin preguntar. Ella no reserva, lo esconde. Ella no busca, la encuentran. Ella se va, pero después vuelve. Ella no folla, hace el amor. Ella no usa etiquetas, aun y así la etiquetan. Ella no llora, se descompone. Ella no duerme, sueña. Ella no canta, compone. Ella no baila, rasca el suelo. Ella no habla, escribe. Ella no olvida, captura instantes preciosos. Ella existe, igual que el gnomo. Ella no es que esté quieta, solo te espera. Pero hoy está cansada, y no habrá hueco para ti en su cama.
El día en el que el ginecólogo me dijo...
Hay que ver la de cosas que pueden hacer que una levante un señor complejo nuevo así, de la nada. Un día tienes mil complejos, al siguiente, de pronto, tienes mil uno. Yo, personalmente, llevo a la espalda una mochila enorme llena de las inseguridades que he ido acumulando a lo largo de los años. Y, aunque hay algunas que están íntimamente ligadas a mi carácter, muchas otras nacieron a raíz de algún comentario. Bienintencionado, con verdadera malicia o sin ningún tipo de intencionalidad. Alguien que dice algo, sobre mí o mi cuerpo, y, bum, un nuevo inquilino para la mochila. Pero bueno, aunque no soy capaz de evitar que este tipo de movidas me afecten y me calen hondo, lo que sí puedo hacer es tratar de llevarlo con humor. Sí, soy de esas que van de que todo se lo toman a coña. Nunca es real al 100 %, sin embargo, ayuda a sobrellevar lo que sea que te hace daño. Un poquito. Así que quiero compartir la anécdota con la que nació uno de mis complejos más íntimos. La del día en el que el
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