No paro de decirme lo mismo, que deje de leer las páginas pasadas de mi vida. Que viva el día a día que es lo que realmente es importante.
Pero aunque yo ya no base mis miedos en el pasado, es inevitable que eche la vista hacia atrás. Asomando la cabeza en lo que alguna vez sentí, lo que alguna vez de una manera u otra fui.
Y no es que me duela porque sí, solamente creo que no lo comprendo del todo y por eso me duele. La frustración es uno de los peores venenos para mi.
Y es lo que siento ahora mismo: frustración.
Estoy al borde de un abismo del que me pienso tirar. Que ya es hora.
Y no pienso hablar de heridas, ni cicatrices, ni nada por el estilo. Porque estoy cansada de toda esa mierda. Porque no es más que una soga que se ata a mi cuello apretando cuando quiero saltar.
Y aunque yo no quiera saltar, me empujan.
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
Comentarios