Una noche, se chocan de nuevo en un bar. Cada uno en su postura, cada uno por sus razones… Ella nerviosa y fría. Él indescriptible… como siempre. Ella ¿Quedarse - irse? Y entonces alguien da un empujoncito, establece contacto… y fuck! Ya no tuvo ovarios de dar marcha atrás. El cuerpo de la chica se convirtió en una pluma, nada de las tensiones de antes, ni del agobio…solo quedaba el deseo, dónde solo quería raptarlo y que juntos se volviesen invisibles para el resto.
En el minuto uno de la conversación ya quería besarlo. Durante el minuto dos darle besos por el cuello. Pero una lucha de ella contra ella misma frenaba todo (“- tengo dos lobos luchando en mi interior ¿cuál ganará abuelo? – el que alimentes más”). Pero al final paras de pensar y simplemente vives el momento. Y notar como sus labios no querían separarse, ni sus brazos despedirse, y sus miradas no desprendían indiferencia. Cuando ella estaba a su lado el tiempo pasaba rápido pero tan jodidamente dulce… Las peleitas, las caras, los gestos, las risas, las caricias y la cabezotonería de cada uno, todo tiene sentido. Tan parecidos y tan diferentes, tan fríos y después tan cálidos y calientes. Mezclas explosivas y calor, mucho calor en las despedidas amargas. ¿Excitante – doloroso? ¿Para qué catalogar? Sigue abajo..
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
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