La vida es un juego. Un juego como el solitario, en el que cometes infinitos errores, a veces incluso hasta de la misma manera y que tomes una decisión u otra te indica los diferentes finales que puedes tener, que puedas perder o que acabes ganando. La diferencia es que en el solitario cuando tienes una duda le das a una tecla y te dice la opción mas correcta ¿qué tecla debemos pulsar en la vida? ¿quién no dice que camino será mas sencillo, mas feliz? Nadie, en la vida tenemos que arriesgarnos, a un todo o un nada. Y es complicado, porque si te equivocas no hay vuelta atrás, nunca. Porque puede parecerse el recorrido que estas haciendo, pero en realidad nunca puedes hacer el mismo, no, es imposible hacer todo exactamente igual. Y en la vida tampoco tenemos otra tecla que nos deja borrar nuestro ultimo error y tener la oportunidad de repetir esa acción, o aunque no sea un error, simplemente porque creemos que nos hemos equivocado o porque nos apetece la tontería esa de cambiar de rumbo. La diferencia entre el juego y la vida es que el juego es demasiado fácil para lo extremadamente complicada que es la vida. Mentira, la vida es tan sencilla como tu quieras pintarla. Pero yo... yo soy de las que siempre caen en la misma piedra y en diferentes, en incontables ocasiones por lo que yo elegí el camino difícil, y no sé si para bien o para mal. Si al final de este camino encontraré la meta de la felicidad o simplemente la de un precipicio sin fondo. No tengo ni idea, pero tuve que arriesgar y ya no puedo volver atrás, quiera o no, sea una decisión correcta o incorrecta, da igual, la decisión esta tomada y ya solo puedo seguir con ella en la espalda, hacia delante, siempre para alante.
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
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