Antes solía coger mi cámara de fotos y me la llevaba a todas partes, eran algo que no se me olvidaba nunca, a decir verdad era la única cosa que siempre se mudaba de bolso, junto con las llaves de casa. No es una gran cámara pero me ha servido para fotografiar buenos momentos, sobre todo en los últimos tiempos. Meses atrás dejé de hacer fotos, como si el mundo que tuviera alrededor no me importara, como si no hubiera cosas que plasmar para no olvidar, porque soy de esas personas que tienen tantas cosas en la cabeza que a veces se olvidan de recordar algunas especialmente importantes. Y no tiene excusa. Como una frase tan famosa de american beauty que decía "podía estar enfadado con lo que me pasó, pero como estarlo cuando hay tanta belleza en el mundo...". Y yo a veces no me doy cuenta. Hace unos días me dió por coger esa vieja cámara otra vez, con algunos arañazos e incluso creo, que tiene arena, pero es igual mientras aún le quede un suspiro, que me lo dé a mí. Supongo que muchas veces uno siente egoísmo y quiere tenerlo todo porque cree que no tiene nada y se siente vacio, o a veces demasiado lleno como esa cámara, que pasa su vida rememorando buenos recuerdos y sigue queriendo más y más hasta que la memoria dice llena. Creo que me pasa como a la cámara, primero tengo que asimilar todo lo bueno para descargarme y seguir creyendo que me queda mucho por ver. A veces nos sentimos tan extraños que no nos reconocemos a nosotros mismos ni aunque nos hagan un retrato.
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
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