Cada vez que decimos un: no puedo más, qué mal me va, qué mala suerte tengo, lo voy a mandar todo a tomar por culo, quiero desaparecer… Y variantes… Deberíamos tener un látigo que nos pegase en toda la boca cada vez que alguna de esas palabras salgan de nuestra boca. Porque no es justo, ni de lejos, autocompadecernos siempre de lo mal que lo pasamos, la mayoría de las veces por chorradas, o porque las cosas no salen como a nosotros nos gustaría, cuando sabemos a ciencia cierta que hay cosas que no dependen de nosotros, y que en cualquier momento, nos puede pasar cualquier cosa, y no sólo a nosotros, si no a los que nos rodean, que nos hagan cambiar la mentalidad pero a base de bien. Parece mentira que tengan que pasar estas cosas, para saber valorar, para saber dónde están nuestros límites, para saber que todos y cada uno de nosotros tenemos posibilidades a punto de explotar, para saber que la vida es lo único que tenemos, y que hay que cuidarla, porque al fin y al cabo, ha sido la única oportunidad que hemos cogido cuando debimos hacerlo. No somos nada, ni nadie. Así que, por favor, dejemos de hacer el gilipollas con la gente, dejemos de malmeter, de odiar, de soltar mierda por la boca que no pensamos, empecemos a vivir nuestras vidas y a cuidarlas y dedicarnos a eso, vamos a querernos, joder, que esto no es para siempre, y las oportunidades, tampoco lo son. Hay que atreverse.
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
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