Me considero una soñadora por naturaleza, supongo que si la vida te da tantos palos terminas convenciéndote a ti misma que no queda otra que soñar aquello que nunca te han dado o no has querido conseguir. El tiempo pasa y parece que todas las oportunidades se escaparan, pasaran por tu lado y les echaras un vistazo rápido y fuera. Pero llega un momento que te paras a pensar, algo no muy común hoy en día, y te das cuenta que aún no es el momento, el momento no lo decides tú, te viene por casualidad y ese momento puede significar el más amargo o el más feliz de todos. Continuidad, si señor, hemos nacido para experimentar, para vivir y las lágrimas aunque parezcan inútiles, se crearon para algo. Si tuvieramos que llorar sin lágrimas, a más de uno se le habrían caído los ojos. Puede que a algunos no les haya llegado el momento o la felicidad estos días anda escasa más que nada porque está ocupada dándoseles a los abogados matrimoniales, con tantos divorcios, cobrarán lo suficiente como para segurarse felicidad por largos años. Sí, las ilusiones se pierden, la desesperanza crece, y muchos pensarán que más vale pasarse la vida acumulando la mayor satisfacción posible para no caer en un agujero de depresión, aunque no todo depende de que un día la suerte se presente y algo en nosotros mejore, si no te atreves a demostrar lo que quieres recibir, poco o nada vas a conseguir. Aunque muchos crean que esto es resultado de una revolución hormonal, de un momento, de la suerte, puede que sí y puede que no, todo depende del corazón con que se sienta.
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
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