Cierro los ojos, resoplo fuerte e intento irme. como comprobando hasta que punto del camino sería capaz de seguir sin ti. Me detengo a los dos pasos, retrocedo uno. ¡Qué inútil soy! -pienso para mis adentros-. Qué fácil lo tienes, parece ser que a ti no te pasa, no das dos pasos y retrocedes uno por mi culpa, eso me hace sentirme culpable, culpable por depender tanto. Sigo pensando.. ¿En qué punto de mi vida me paré por ti? pero es difícil saberlo con cierta exactitud, ¡mira que me has dado fuerte! Te mantienes tan aparte de todo que a veces dudo, de todo, hasta de mi mísma, parezco tan susceptible. Al fin y al cabo soy yo la que pierdo el equilibrio cuanto te acercas y tengo que aferrarme a cualquier cosa que no seas tú para no caerme. Pierdo el maldito equilibrio hasta cuando pronuncias mi nombre, no importa lo lejos que estés. -Me gusta como suena a poesía si lo dices tú. En estos momentos agradezco a los infiernos por llamarme así, y saber que te gusta, aunque.. ¡cómo te cuesta decirlo! Ahora que lo pienso lo dices muy pocas veces, supongo que esa es la clave, por eso suena a poesía-. Me doy cuenta de que me preocupo cuando estás a mi lado y hablas tan rápido que apenas respiras, tengo miedo a que dejes de respirar de repente y desaparezcas, como si fueras un sueño y que el vacío vuelva como si nunca hubiese marchado. Es mejor que desconozcas todos estos pensamientos, quiero seguir perdiendo el equilibrio a tu lado, y quiero seguir sintiéndome perdida cuando te marchas.

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