Toda una vida.

Toda una vida sin verte, y últimamente te echaba de menos, más que nunca.
Sabes que cuando me dijeron que te conocería te empecé a esperar sentada en esa esquina de mi cama pensándote, imaginándote, bailando entre tus futuros besos y sonrojándome con las palabras que sabía que me ibas a decir. Todo era ilusión hasta que un día te empecé a echar de menos, demasiado. Empecé a necesitar el calor de tus manos y cuando comprobé que pasaban los días y que tus manos no aparecían, se me vino el mundo encima. Te odié porque no eras capaz de decirme nada, me mirabas desde lo lejos, encendías las velas de mi camino, pero no decías ni una palabra para que yo mirase hacia donde tú estabas. Eras invisible. Se me hacía cuesta arriba sentirte, saber que estabas, y no verte ni tocarte. El día que dudé acerca de si estabas vivo o no, se me encogió el corazón. Sufrí muchísimo. Desde ese día fui de alma en alma pidiendo compasión por que estuvieses vivo, para que nadie te hiciese daño, para que cuando estuviésemos juntos como hoy sintiese la oleada de todo lo que eres dentro de mí, para que me sobrase hasta respirar, como ahora, exactamente como ahora. Y luché cada segundo sabiendo que lo que estaba haciendo lo estaba haciendo bien, y entre mis planes, tú, siempre tú. Y hoy, y ahora, que al fin nos hemos visto, te puedo decir que he dejado de malvivir fingiendo que bienvivía. Me has dado toda la fuerza que necesitaba, todas las ganas, toda la alegría, todo demasiado, quizás. Ahora por tu culpa he dejado de saber quién he sido durante todo este tiempo, quién quiero ser, si por ti me he convertido en algo que no quiero ni rozar… Si todo lo que tengo que hacer lo tengo que hacer sola, o si necesito a alguien como tú a mi lado cada mañana para poder hacer todas esas cosas.
Toda una vida sin verte, y ahora mismo te echo de más, más que nunca.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El día en el que el ginecólogo me dijo...

Mecánica del corazón

La soledad de las amistades