Lo sabia. No me preguntes cómo, ni por qué. Simplemente lo sabía. Y no hice caso. Me salté la lógica y me guardé las voces que me decían que no diera un paso más al frente en los bolsillos. Ignoré al mundo que me ponía piedras por el camino para que no avanzara, abrí puertas que no debía haber abierto. Y pasó. Pasó lo que yo sabía que pasaría. Y entonces me sentí tremendamente estúpida. No puedes imaginarte ni por un sólo momento lo estúpida que me sentí. Todos aquellos avisos, todos aquellos intentos por parte del mundo y de la parte cuerda de mi cerebro para que no tropezara, los mandé al garete. Me los salté. Y tropecé. Y fue el tropiezo más grande que he dado jamás. Me caí entera. Y cuando me quise levantar, noté algo denso encima de mi cuerpo que me lo impedía. Y todas esas malditas voces se desternillaban desde los bolsillos. Las oía decirme lo estúpida que había sido. Y luego simplemente se marcharon. Se marchó la lógica, y el mundo se llevó sus piedras, y las puertas se fueron a un lugar en el que la gente no las abriera. Y me quedé sola. Sola con la densidad de la nada, de la estupidez humana. Sola yo y mi estupidez. Y me prometí empezar a hacer caso a las señales que el universo me mandaba. Pero nunca volvió a ayudarme. Desde entonces tengo que hacerlo todo solita. Y es muy difícil. No sabes cuánto. A veces creo que simplemente me perdí. Que jamás volví a encontrarme. Que me quedé allí, en medio de un tropiezo inexplicable.
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
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