Todo, absolutamente todo, lo que hago o lo que digo tiene que ver contigo. Me cuesta horrores no relacionarte con mi vida diaria. Me encantaría poder sacarte afuera de mi mundo un rato, descansar en solitario, dormir sin tener que contar animales para sacarte de mi cabeza. Dormir del tirón, como antes. Vivir de carrerilla, pero sin tus prisas. Imagino cómo sería tenerte al lado al despertar y sonrio sólo de pensarlo, pero entonces algo me aprieta fuerte en el estómago y me recuerda que eso no va a pasar. Que nunca volverá a pasar. Cosas cotidianas como acercarme al lavabo muy de mañana y cepillarme los dientes con una pasta que no debería recordarme a ti pero que, aún sin saber por qué, hace que quiera lavarme los dientes contigo cada dia de mi vida. Desayunar tostadas e imaginar cómo sería llevártelas a la cama, yo los martes y tú los miércoles, y los jueves, y los viernes, y el resto de los días de nuestra vida conjunta que nunca será conjunta. Y salir a la calle con dos bolsas de basura, y tirarlas en el contenedor, y pensar que si vivieras al lado esperaría cinco minutos para cruzarme contigo. Querer repartir el peso de mi vida y de tu vida, meter las dos vidas en un bote y agitarlo rápido, y luego partir, partir la vida que sale a partes iguales. Un trozo para ti, y otro para mi, que tú tengas de mí, que yo tenga de ti. Y removerme contigo, como se remueve la crema para un pastel, y tocarte una vez más, y dos, y tres, y que nos desgastemos al hacernos el amor, y que tú leas el periódico en la cocina mientras oyes cómo tarareo Mon Amour en el balcón, y que te duches antes que yo, o justo después, o juntos los dos. Y vivir contigo, y vivir de ti, y vivir para ti.
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
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