Todo, absolutamente todo, lo que hago o lo que digo tiene que ver contigo. Me cuesta horrores no relacionarte con mi vida diaria. Me encantaría poder sacarte afuera de mi mundo un rato, descansar en solitario, dormir sin tener que contar animales para sacarte de mi cabeza. Dormir del tirón, como antes. Vivir de carrerilla, pero sin tus prisas. Imagino cómo sería tenerte al lado al despertar y sonrio sólo de pensarlo, pero entonces algo me aprieta fuerte en el estómago y me recuerda que eso no va a pasar. Que nunca volverá a pasar. Cosas cotidianas como acercarme al lavabo muy de mañana y cepillarme los dientes con una pasta que no debería recordarme a ti pero que, aún sin saber por qué, hace que quiera lavarme los dientes contigo cada dia de mi vida. Desayunar tostadas e imaginar cómo sería llevártelas a la cama, yo los martes y tú los miércoles, y los jueves, y los viernes, y el resto de los días de nuestra vida conjunta que nunca será conjunta. Y salir a la calle con dos bolsas de basura, y tirarlas en el contenedor, y pensar que si vivieras al lado esperaría cinco minutos para cruzarme contigo. Querer repartir el peso de mi vida y de tu vida, meter las dos vidas en un bote y agitarlo rápido, y luego partir, partir la vida que sale a partes iguales. Un trozo para ti, y otro para mi, que tú tengas de mí, que yo tenga de ti. Y removerme contigo, como se remueve la crema para un pastel, y tocarte una vez más, y dos, y tres, y que nos desgastemos al hacernos el amor, y que tú leas el periódico en la cocina mientras oyes cómo tarareo Mon Amour en el balcón, y que te duches antes que yo, o justo después, o juntos los dos. Y vivir contigo, y vivir de ti, y vivir para ti.
El día en el que el ginecólogo me dijo...
Hay que ver la de cosas que pueden hacer que una levante un señor complejo nuevo así, de la nada. Un día tienes mil complejos, al siguiente, de pronto, tienes mil uno. Yo, personalmente, llevo a la espalda una mochila enorme llena de las inseguridades que he ido acumulando a lo largo de los años. Y, aunque hay algunas que están íntimamente ligadas a mi carácter, muchas otras nacieron a raíz de algún comentario. Bienintencionado, con verdadera malicia o sin ningún tipo de intencionalidad. Alguien que dice algo, sobre mí o mi cuerpo, y, bum, un nuevo inquilino para la mochila. Pero bueno, aunque no soy capaz de evitar que este tipo de movidas me afecten y me calen hondo, lo que sí puedo hacer es tratar de llevarlo con humor. Sí, soy de esas que van de que todo se lo toman a coña. Nunca es real al 100 %, sin embargo, ayuda a sobrellevar lo que sea que te hace daño. Un poquito. Así que quiero compartir la anécdota con la que nació uno de mis complejos más íntimos. La del día en el que el
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