No quiero.

Estoy cansada. Actúo porque tengo que hacerlo, porque sé que si muevo ficha todo va a ir mejor que si me quedo quieta.
Ya ni siquiera tengo ganas de escribir. Es como si quisiera echarme a un lado, desde que me levanto hasta que me acuesto, me es más cómodo estar a la izquierda. Y yo no soy así.
Me da asco el victimismo, las personas que se autocompadecen de sí mismas, porque creo que nuestra gran oportunidad es la vida, y si no damos el máximo es que estamos locos.
Ahora soy yo la que se comporta de una manera patética. Jamás había estado así, al menos no durante tanto tiempo.
Me gusta la vida, y me gusta mi manera de vivirla. Sé que podría hacer más cosas de las que hago, pero también sé que tengo que aprender a esperar.
Es sólo que no me apetece levantarme por las mañanas, pero entre las sábanas también me siento incómoda. La sensación es parecida a echar de menos, creo. Es como si todo lo que toco, pesara más. Como si cada peldaño al que me agarro, fuera débil y tuviera que andar constantemente sujetándome a otro. Y tengo que agarrarme a mí misma, y no tengo ganas.

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