Recuerdos

"Mientras dura la mala racha, pierdo todo. Se me caen las cosas de los bolsillos y de la memoria: pierdo llaves, lapiceras, dinero, documentos, nombres, caras, palabras. Yo no sé si será gualicho de alguien que me quiere mal y me piensa peor, o pura casualidad, pero a veces el bajón demora en irse y yo ando de pérdida en pérdida, pierdo lo que encuentro, no encuentro lo que busco, y siento mucho miedo de que se me caiga la vida en alguna distracción".


A veces, a mí también me da miedo pensar que se me van cayendo las cosas de la memoria por ahí. Dicen algunos que es peligroso aferrarse a los recuerdos, pero la verdad, a mí me aterroriza perder algunos. Estoy segura de que no hay nada como los recuerdos antiguos para desear formar nuevos. Los guardo en cajas, en bolsillos, en las paredes... y supongo que esa es la razón principal por la que en ocasiones escribo ciertas cosas, para no olvidarlas.

En cambio, otras veces, en plena calle, imágenes que no sabía almacenadas me asaltan de golpe y entonces sonrío. Me voy convirtiendo poco a poco en uno de esos locos que a veces se me acercan. Aparecen sin más, totalmente nítidas, por una extraña asociación de ideas. Y otras veces, es culpa de una canción, de un olor, de una palabra, en definitiva, cualquier cosa que hace que algo se encienda dentro de mi cabeza. Me vienen a la memoria recuerdos muy antiguos, algunos a los que tengo un cariño especial y que trato de guardar con sumo cuidado, para que no se rompan ni se pierdan nunca.

Determinadas cosas que uno encuentra en esas cajas de cartón y en los bolsillos de los abrigos, producen una sensación casi mágica, como si uno tuviese la oportunidad de ver de nuevo su película favorita mucho tiempo después. Sin embargo, con el tiempo se descubre que los mejores son los recuerdos que guardamos dentro, porque sucede que a veces, esos otros no sirven como interruptor. Y uno se encuentra mirando un papel con algo anotado que es incapaz de entender, que no produce ninguna sensación, solo vacío.

Dicen que las cosas que almacenamos en la memoria suelen ser las que nos han marcado de algún modo, momentos que nos han impactado, o que nos han sacudido emocionalmente. Por eso, lamentablemente, casi todo el mundo recuerda donde estaba cuando sucedió una tragedia. Supongo que tienen razón, que guardamos lo importante, pero a menudo me faltan cosas y hay otras tantas inútiles en el medio ocupando espacio...

Lo ideal sería que uno pudiese elegir qué desea recordar. Le cambio el recuerdo del pin de mi móvil por la primera vez que vi el mar, renuncio a recordar la fórmula del ácido sulfúrico si me devuelven el nombre de aquel desconocido que se tornó en conocido durante aquel viaje a Roma. Olvidaré donde guardo la sal si aparece el título de aquel poema, ya no podré recordar aquellas conversaciones telefónicas de trabajo si por fin consigo averiguar que fue lo que tanto me hizo reír aquel día. Seré incapaz de recordar el nombre de esa calle pero a cambio, podré recordar aquella vez que vi nevar. Ya no sabré nunca más que marca de refresco solía comprar ni de que color es mi abrigo, incluso tendré que anotar en que piso vivo, no podré recordar cuantas patas tiene la mesa, ni el nombre de la tienda de la esquina, pero me acordaré del escalofrío culpable de conocer a J., me acordaré de la sensación que dejó el atardecer en la cubierta de aquel barco, ese atardecer que ahora contemplo en una fotografía. Me acordaré de aquella lluvia de estrellas a los once años, me acordaré de un montón de lugares, de noches, de bromas, de lunas, de personas y de aquella canción. Porque lo cierto es que a menudo me faltan cosas y entonces, tengo que correr a llamar a J. para preguntarle como se decía aquella frase en finés que me enseñó entre risas, rebusco en los cajones en busca de ese recuerdo que se está diluyendo poco a poco, o se producen momentos de angustia en que las caras de los que ya no están se van volviendo borrosas con el tiempo.





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