Sólo diré que de repente me ha salido. He ido donde ella y sin decir nada la he dicho: dame un abrazo. Y me lo ha dado. Claro que me lo ha dado.
Creo que nadie tiene la capacidad de perdonar tantas veces seguidas un mal modo, una mala contestación, unas malas palabras, un mal gesto o una mala mirada, por mi parte, como la que tiene ella conmigo.
El otro día me di cuenta de que todo lo que ella me había enseñado desde que nací lo había desmontado yo en un mal momento. Lo que ella no sabe es que de vez en cuando me siento culpable. Demasiado. Por gastar su dinero en noches con mis amigos. Por no encontrar trabajo y no poder comprarle mil cosas que a ella le encantaría tener. Por que se preocupe por mí más de lo debido. Por no poder fingir mi frustración en casa. Por no atreverme a que lo sepa todo de mí. Por no dejarla participar más en mi rutina. Por no poder demostrarle que puedo con mi vida, que sé llevarla bien. Por no decirla que la quiero a diario.
Y espero poder hacerlo a lo largo de esta vida que es nuestra. De las dos. A partir de ahora. Por si llega el día en el que el mundo no entiende de razones y decide quedarse con nuestras ganas.
Porque si llevo mínimamente bien las cosas, es por ella. Gracias a ella no me hundí cuando muchos quisieron que lo hiciese, no me rendí a la primera de cambio ante los obstáculos, y no oculté una lágrima cuando el resto me decían que lo hiciese. Porque apuesto a que eres la única que cree de verdad en mis sueños, en mis aspiraciones, y quizás en mí misma.

Ella es mi madre, la que dice sin decir con palabras... “ y sin embargo, te quiero”, todos los días, y a todos, y yo… Yo una egoísta más.

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