Qué miedo, ¿no? Eso de las prisas. Volverse loca de repente y verlo tan claro que incluso te ahogas... Sí, existen mil teorias sobre lo precipitado, el correr y el dejarse llevar. ¿Qué más dará? Al final, todos chocan y son pocos los que se salvan. Me acuerdo de esa película perfecta en la que decían que ser adulto significa tener un velocímetro de 120 y no poder ir nunca a más de 60. ¡Jodida razón! Vamos a aprovecharnos; existen demasiadas cosas para las que no hay multa ni sanción.
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
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