Qué miedo, ¿no? Eso de las prisas. Volverse loca de repente y verlo tan claro que incluso te ahogas... Sí, existen mil teorias sobre lo precipitado, el correr y el dejarse llevar. ¿Qué más dará? Al final, todos chocan y son pocos los que se salvan. Me acuerdo de esa película perfecta en la que decían que ser adulto significa tener un velocímetro de 120 y no poder ir nunca a más de 60. ¡Jodida razón! Vamos a aprovecharnos; existen demasiadas cosas para las que no hay multa ni sanción.
El día en el que el ginecólogo me dijo...
Hay que ver la de cosas que pueden hacer que una levante un señor complejo nuevo así, de la nada. Un día tienes mil complejos, al siguiente, de pronto, tienes mil uno. Yo, personalmente, llevo a la espalda una mochila enorme llena de las inseguridades que he ido acumulando a lo largo de los años. Y, aunque hay algunas que están íntimamente ligadas a mi carácter, muchas otras nacieron a raíz de algún comentario. Bienintencionado, con verdadera malicia o sin ningún tipo de intencionalidad. Alguien que dice algo, sobre mí o mi cuerpo, y, bum, un nuevo inquilino para la mochila. Pero bueno, aunque no soy capaz de evitar que este tipo de movidas me afecten y me calen hondo, lo que sí puedo hacer es tratar de llevarlo con humor. Sí, soy de esas que van de que todo se lo toman a coña. Nunca es real al 100 %, sin embargo, ayuda a sobrellevar lo que sea que te hace daño. Un poquito. Así que quiero compartir la anécdota con la que nació uno de mis complejos más íntimos. La del día en el que el
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