Me suelo presentar de forma breve. No digo que vomito lo que escribo, ni que Abril de repente no brilla, ni que por las noches me muero en silencio. Tampoco creo que a la gente le interese que una vez tuve un sueño y que tuve que despertarme a base de frío porque, en el fondo, nadie quiere vivir durmiendo. Ni siquiera yo; por mucho que la realidad me destapara por las noches y me contara que el mundo me había comido. Y yo sigo ahí. En una digestión que no acaba. Y yo ya estoy prefiriendo convertirme en un peldaño de mierda, que seguir andando sin saber todavía muy bien que soy. Sí, disculpen. También soy bruta. O eso lo soy a medias. Como todo. En realidad soy de todo a medias. Menos una cosa. Solo hay una cosa que soy de verdad: Soy mentira. De las más grande que te van a contar jamás. Y no lo elegí; como no elegí convertirme en la ironía, o tener los tobillos anchos, o que alguna vez me robaran la ilusión, la inocencia, o cualquiera de esas cosas inservibles pero envidiables de las que están empachados los niños. Cuidado; que yo soy una niña. Y cuanto más crezco, más consciente soy de ello. Aunque no tenga muchas cabezas a las que llenar de lo que en el fondo puedo pensar, o sentir. Pero si tengo gente que me quiere. Y de eso muchas veces, no soy consciente. O no quiero serlo. Y voy por la calle a lo mejor sin chaqueta ni nada, y sin embargo siento muchas veces ese calor asfixiante que sabe a culpa, o a miedo o cualquiera de esos sentimientos oxidados a los que ya me he acostumbrado. Sí. Yo también caigo en la cuenta del montón de errores que guardo en la mochila. Y a veces, ignoro que se me derraman por los lados. O no quiero verlo y por eso sigo pensando que la felicidad también cuesta llevarla, y que a veces no huele muy bien. Aunque, en algunas lunas donde he guardado un poco de sinceridad, tengo escrito que bajo ningún concepto la felicidad es difícil, ni se tiñe de excusas, ni se infla de miedos. No al menos la de verdad.
Luego, en los ratos pequeñitos, me bajo las soberbias y pongo los defectos encima de la mesa. Y a veces, me nublo, o me pierdo y no sé por dónde cogerlos. A ratos se me escapan, se confunden con el aire y la única forma de encontrarlos es escribiéndolos. Y así los conozco mejor. Y dejo que María Justicias salgo un rato de mi vida y se dé un paseo por palabras para ver que se cuenta. Y luego la miro y me doy cuenta de que está llena de buena intención y de que por eso no me duele tanto. Luego mi amiga la Inseguridad también forma parte de mi parte que pasaré parte de mi vida por intentar apartar. Y sonrío por permitirme a veces ser humana. O por no sentirme mal al responder que me gusta la mala música, o seguir encontrando raíces de esperanza bajo árboles que creía talados. Aunque al tiempo pueda darme cuenta de que están secos y de que su verde es el del himno de la muerte.
Pero bueno. Lo importante es que al final del día, al sacudirte, te veas empolvada de buenos deseos y de ganas, aunque sean pequeñas. Y que sigas siendo capaz de sonreir frente al espejo por muy triste que sea la canción que quieras escuchar. Lo importante es empezar a escribir con todas las ganas de llorar agolpadas en el pecho, y que al acabar sientas las manos mojadas y sonrías ante la metáfora tan real en la que ta has convertido. O también, algo muy importante está en encontrar en los recuerdos algo más profundo que la nostalgia; algo que te llene del Jueves que hoy es , o que te enseñe la alegría que el presente no te presenta y que por encima de todas las cosas, te haga sonreír. Sí. Hay días como hoy en lo que eso es lo que pides, o lo que es un logro que consigas: sonreír. Aunque sea a solas, o solamente con Extremoduro. Y qué. Después de vomitar se han limpiado las penas, aunque sea por un rato. Y aunque Abril no se encienda, esta noche no me moriré.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El día en el que el ginecólogo me dijo...

Mecánica del corazón

La soledad de las amistades