Tiempo. Odio que se necesite tiempo para todo. Para darse cuenta de quién vale la pena, para cambiar las cosas, para empezar de cero. Tiempo para olvidar y también tiempo para sentir. Siempre el puto tiempo. Y odio equivocarme. ¿Por qué pocas veces acierto catalogando a las personas? ¿Por qué las cosas cambian y a nadie parece importarle? ¿Por qué a la mayoria de seres humanos les cuesta tan poco olvidar? ¿Por qué desearía tanto olvidar yo también? ¿Por qué estoy tan confusa? ¿Por qué me vienen a la cabeza tantas preguntas y no encuentro respuesta para ninguna? Ahora solamente me encantaría coger un avión al infinito, marcharme lejos, otra vida, otro país, otro idioma, otras costumbres, yo que sé. Donde todo parezca muy muy lejano. Donde nadie pueda encontrarme. Donde no haya mil lugares impregnados de recuerdos. A un lugar donde no exista la nostalgia. A un lugar que no existe pero que alguien invente para mi.
El día en el que el ginecólogo me dijo...
Hay que ver la de cosas que pueden hacer que una levante un señor complejo nuevo así, de la nada. Un día tienes mil complejos, al siguiente, de pronto, tienes mil uno. Yo, personalmente, llevo a la espalda una mochila enorme llena de las inseguridades que he ido acumulando a lo largo de los años. Y, aunque hay algunas que están íntimamente ligadas a mi carácter, muchas otras nacieron a raíz de algún comentario. Bienintencionado, con verdadera malicia o sin ningún tipo de intencionalidad. Alguien que dice algo, sobre mí o mi cuerpo, y, bum, un nuevo inquilino para la mochila. Pero bueno, aunque no soy capaz de evitar que este tipo de movidas me afecten y me calen hondo, lo que sí puedo hacer es tratar de llevarlo con humor. Sí, soy de esas que van de que todo se lo toman a coña. Nunca es real al 100 %, sin embargo, ayuda a sobrellevar lo que sea que te hace daño. Un poquito. Así que quiero compartir la anécdota con la que nació uno de mis complejos más íntimos. La del día en el que el
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