¿Qué qué es horrible? Pues todo. Todo esto. Lo de no sentirte. Lo de echarte de menos. Lo de escucharte por todas partes a sabiendas de que no estás en ninguna. En ninguna de mis vidas. Yo que sé. Si tan sólo pudieras olvidar lo de antes, si pudiésemos empezar de cero... Tú y yo... No sé si volverías a arrepentirte, pero yo no sería la misma. Te lo aseguro. Dios... Quién iba a decirme que esto pasaba en la vida real. Que no es cosa de películas. Que es verdad que a veces me encuentro buscándote por nuestras calles. Que no veo el momento de volver a verte. Que me muero por rozarte la piel, por llenarte el cuerpo de besos, por entrelazar mis manos con las tuyas mientras oigo tu respiración entrecortada amarrada a mi oido que me toca el corazón diciendo que no se cansa, que no te cansas de vivirme.
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
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