¿Qué qué es horrible? Pues todo. Todo esto. Lo de no sentirte. Lo de echarte de menos. Lo de escucharte por todas partes a sabiendas de que no estás en ninguna. En ninguna de mis vidas. Yo que sé. Si tan sólo pudieras olvidar lo de antes, si pudiésemos empezar de cero... Tú y yo... No sé si volverías a arrepentirte, pero yo no sería la misma. Te lo aseguro. Dios... Quién iba a decirme que esto pasaba en la vida real. Que no es cosa de películas. Que es verdad que a veces me encuentro buscándote por nuestras calles. Que no veo el momento de volver a verte. Que me muero por rozarte la piel, por llenarte el cuerpo de besos, por entrelazar mis manos con las tuyas mientras oigo tu respiración entrecortada amarrada a mi oido que me toca el corazón diciendo que no se cansa, que no te cansas de vivirme.
El día en el que el ginecólogo me dijo...
Hay que ver la de cosas que pueden hacer que una levante un señor complejo nuevo así, de la nada. Un día tienes mil complejos, al siguiente, de pronto, tienes mil uno. Yo, personalmente, llevo a la espalda una mochila enorme llena de las inseguridades que he ido acumulando a lo largo de los años. Y, aunque hay algunas que están íntimamente ligadas a mi carácter, muchas otras nacieron a raíz de algún comentario. Bienintencionado, con verdadera malicia o sin ningún tipo de intencionalidad. Alguien que dice algo, sobre mí o mi cuerpo, y, bum, un nuevo inquilino para la mochila. Pero bueno, aunque no soy capaz de evitar que este tipo de movidas me afecten y me calen hondo, lo que sí puedo hacer es tratar de llevarlo con humor. Sí, soy de esas que van de que todo se lo toman a coña. Nunca es real al 100 %, sin embargo, ayuda a sobrellevar lo que sea que te hace daño. Un poquito. Así que quiero compartir la anécdota con la que nació uno de mis complejos más íntimos. La del día en el que el
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