Sería una buena terapia. Contarte cómo no consigo olvidarte mientras te doy todas las razones por las que he decidido hacerlo. ¿Es raro sabes? Yo nunca he salido de algo así. Yo nunca había pensado en que alguien era el hombre mi vida y mucho menos me había dado cuenta de que no. Y ahora intento intentarlo pero tengo menos esperanzas que antes de conocerte, aunque sí más motivos. Aquí dentro también se echa de menos, y algunas veces me entran unas ganas irrefrenables de llorar, y no lo hago. No sé si esto es bueno porque presiento que algún día estallaré y acabaré salpicándolo todo de mierda. Mierda roja, color corazón. Porque en mi vida es lo único que sigue ultimamente. Late, y no para de incharse. El resto está todo roto, o partiéndose. Y yo intento disfrutar del caos pero tú no paras de intentar colarte por todas las puertas que yo ya he cerrado. Y aquí dentro también duele, porque no es justo que sigas tu vida intentando llevarme a mí a rastras.
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
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