Me vuelvo a poner nerviosa. Soy así de tonta. ¿Qué le voy a hacer? Y noto como me tiembla el corazón, y temo que se caiga y se parta en dos. Me pongo tonta. Con esa sonrisa de tonta que tanto me cuesta disimular. Y algo se mueve en mi estómago sin hacer ruido mientras mis manos sudan, y tiemblo. Y esta vez no es de placer. Es un temblor tonto. Inútil. Porque temblar, no sé si lo han pensado alguna vez, no sirve para nada. Es una de las reacciones más estúpidas que tenemos los seres humanos. Y el mundo se divide en dos, y me quedo en la parte en la que sólo estamos tú y yo. Y ni siquiera pienso en que me gustaría estar así toda mi vida. Frente a ti sintiéndome tan tremendamente llena de cosas sin sentido, de historias que no van a ninguna parte, de cuentos que no acabarán bien pero que, por alguna extraña razón que no alcanzo a comprender, me encantan. Y ya está. Que sólo he venido a decirte cuánto me gustas. Cuánto te quiero. Que te quiero a todas horas y no me sobra nada tuyo, ni me pesan los besos, ni me cansan las sonrisas, ni me cargan los abrazos. Sólo me molesta pensar que no estamos en Plutón, que no duraremos eternamente, que cualquier día lo nuestro se secará, se secará para siempre y no podremos hacer nada. Porque cuando el amor se seca una vez, ya no se puede volver a regar. Jamás.

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