A veces me pregunto hasta qué punto sería yo capaz de tirar por tierra, todo lo que he hecho por mi dignidad y mi autoestima, por el mismo tren que se escapa de siempre. Supongo que lo hago cada vez que lloro enrabietada por dentro mientras río por fuera, cada vez que me paso toda una mañana en la cama intentando no pensar, cada vez que enciendo velas para asegurarme de que el fuego existe y sigue existiendo cada noche que sigo sin ver el mundo que me rodea. A veces creo que haciendo todo esto, estoy fuera de mí, y muero cada segundo un poquito más. Otras veces creo que estoy muerta del todo, no padezco, no siento, nada. Nada, ni siquiera miedo, no sé, el miedo me lo guardo para cuando creo oír esos pasos de lejos que vienen y me condenan al silencio más triste que se haya escuchado jamás. Porque yo he borrado del diccionario todas las palabras que me recuerdan a algo que tuve, he borrado mis encantos de mi personalidad, he borrado muchas veces la sonrisa. He borrado la verdad al fin y al cabo. Y todo, todo para nada. Porque no sirve de nada malgastar el tiempo intentando borrar lo que únicamente eres. Al final todo sale de dentro hacia fuera. Y lo que pretendíamos que fuese perfecto, se vuelve tremendamente imperfecto en un abrir y cerrar de ojos. Es una mierda, en realidad.
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
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