A veces me pregunto hasta qué punto sería yo capaz de tirar por tierra, todo lo que he hecho por mi dignidad y mi autoestima, por el mismo tren que se escapa de siempre. Supongo que lo hago cada vez que lloro enrabietada por dentro mientras río por fuera, cada vez que me paso toda una mañana en la cama intentando no pensar, cada vez que enciendo velas para asegurarme de que el fuego existe y sigue existiendo cada noche que sigo sin ver el mundo que me rodea. A veces creo que haciendo todo esto, estoy fuera de mí, y muero cada segundo un poquito más. Otras veces creo que estoy muerta del todo, no padezco, no siento, nada. Nada, ni siquiera miedo, no sé, el miedo me lo guardo para cuando creo oír esos pasos de lejos que vienen y me condenan al silencio más triste que se haya escuchado jamás. Porque yo he borrado del diccionario todas las palabras que me recuerdan a algo que tuve, he borrado mis encantos de mi personalidad, he borrado muchas veces la sonrisa. He borrado la verdad al fin y al cabo. Y todo, todo para nada. Porque no sirve de nada malgastar el tiempo intentando borrar lo que únicamente eres. Al final todo sale de dentro hacia fuera. Y lo que pretendíamos que fuese perfecto, se vuelve tremendamente imperfecto en un abrir y cerrar de ojos. Es una mierda, en realidad.
El día en el que el ginecólogo me dijo...
Hay que ver la de cosas que pueden hacer que una levante un señor complejo nuevo así, de la nada. Un día tienes mil complejos, al siguiente, de pronto, tienes mil uno. Yo, personalmente, llevo a la espalda una mochila enorme llena de las inseguridades que he ido acumulando a lo largo de los años. Y, aunque hay algunas que están íntimamente ligadas a mi carácter, muchas otras nacieron a raíz de algún comentario. Bienintencionado, con verdadera malicia o sin ningún tipo de intencionalidad. Alguien que dice algo, sobre mí o mi cuerpo, y, bum, un nuevo inquilino para la mochila. Pero bueno, aunque no soy capaz de evitar que este tipo de movidas me afecten y me calen hondo, lo que sí puedo hacer es tratar de llevarlo con humor. Sí, soy de esas que van de que todo se lo toman a coña. Nunca es real al 100 %, sin embargo, ayuda a sobrellevar lo que sea que te hace daño. Un poquito. Así que quiero compartir la anécdota con la que nació uno de mis complejos más íntimos. La del día en el que el
Comentarios