Yo lo que necesito es… Escapar de mí misma. Es como una intención perversa y desagradecida con todo lo que la suerte me está dando hasta ahora mismo. Prometo que me he cansado de ser todas las cosas que soy. No puedo con todas, supongo. Quizás debería centrarme en una y que en ella se me fuera la vida, como por ejemplo, cuando me da por dar paseos, sí… En esos momentos nada importa, estamos yo y el asfalto, y nos podemos tirar horas y horas juntos que no nos cansaríamos nunca. Pero a mí me puede esa sensación, de querer que el mundo deje de contar contigo durante unos días, y poder hacer lo que te dé la gana sin tener en cuenta si lo que haces es perverso, desagradecido, atrevido o ligeramente suicida de tu estado emocional aparentemente “equilibrado”. Equilibrio… A mí me hace gracia cuando la gente habla de encontrar el equilibrio en todo en general. Me río porque supongo que los que dicen eso, no saben lo que es estar perdido, centrarte únicamente en una cosa o pasar ligeramente de todo. El equilibrio es el secreto de vivir, sí… Pero yo apuesto por un equilibrio desequilibrado, por vivir lo que quiera en el momento que quiera y hacerlo sin medida, porque sólo así sabré cuál es el punto de inflexión perfecto de mi equilibrio ideal, y no me bastará una cantidad suficiente para salir del paso. Yo apuesto siempre por todo lo alto, es como un desafío constante con todo lo que hago. Con las personas, con la rutina, con el alcohol que introduzco en mi cuerpo cuando me da por hacerlo, con las horas seguidas que soy capaz de dormir, con el juego de mis ojos con los tuyos para que se dirijan a los míos y con mi grado de felicidad. Así que dicho esto, lo que me apetece ahora es meterme en la cama y escapar durante un rato de todo. Y sólo durante un rato. Porque cuando me despierte, necesitaré volver a ser todas las cosas que soy, aunque muchas me duelan, y otras no me dejen ni respirar. Es la única forma que tengo de casi encontrar el equilibrio, y de casi ser feliz.
El día en el que el ginecólogo me dijo...
Hay que ver la de cosas que pueden hacer que una levante un señor complejo nuevo así, de la nada. Un día tienes mil complejos, al siguiente, de pronto, tienes mil uno. Yo, personalmente, llevo a la espalda una mochila enorme llena de las inseguridades que he ido acumulando a lo largo de los años. Y, aunque hay algunas que están íntimamente ligadas a mi carácter, muchas otras nacieron a raíz de algún comentario. Bienintencionado, con verdadera malicia o sin ningún tipo de intencionalidad. Alguien que dice algo, sobre mí o mi cuerpo, y, bum, un nuevo inquilino para la mochila. Pero bueno, aunque no soy capaz de evitar que este tipo de movidas me afecten y me calen hondo, lo que sí puedo hacer es tratar de llevarlo con humor. Sí, soy de esas que van de que todo se lo toman a coña. Nunca es real al 100 %, sin embargo, ayuda a sobrellevar lo que sea que te hace daño. Un poquito. Así que quiero compartir la anécdota con la que nació uno de mis complejos más íntimos. La del día en el que el
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