Yo lo que necesito es… Escapar de mí misma. Es como una intención perversa y desagradecida con todo lo que la suerte me está dando hasta ahora mismo. Prometo que me he cansado de ser todas las cosas que soy. No puedo con todas, supongo. Quizás debería centrarme en una y que en ella se me fuera la vida, como por ejemplo, cuando me da por dar paseos, sí… En esos momentos nada importa, estamos yo y el asfalto, y nos podemos tirar horas y horas juntos que no nos cansaríamos nunca. Pero a mí me puede esa sensación, de querer que el mundo deje de contar contigo durante unos días, y poder hacer lo que te dé la gana sin tener en cuenta si lo que haces es perverso, desagradecido, atrevido o ligeramente suicida de tu estado emocional aparentemente “equilibrado”. Equilibrio… A mí me hace gracia cuando la gente habla de encontrar el equilibrio en todo en general. Me río porque supongo que los que dicen eso, no saben lo que es estar perdido, centrarte únicamente en una cosa o pasar ligeramente de todo. El equilibrio es el secreto de vivir, sí… Pero yo apuesto por un equilibrio desequilibrado, por vivir lo que quiera en el momento que quiera y hacerlo sin medida, porque sólo así sabré cuál es el punto de inflexión perfecto de mi equilibrio ideal, y no me bastará una cantidad suficiente para salir del paso. Yo apuesto siempre por todo lo alto, es como un desafío constante con todo lo que hago. Con las personas, con la rutina, con el alcohol que introduzco en mi cuerpo cuando me da por hacerlo, con las horas seguidas que soy capaz de dormir, con el juego de mis ojos con los tuyos para que se dirijan a los míos y con mi grado de felicidad. Así que dicho esto, lo que me apetece ahora es meterme en la cama y escapar durante un rato de todo. Y sólo durante un rato. Porque cuando me despierte, necesitaré volver a ser todas las cosas que soy, aunque muchas me duelan, y otras no me dejen ni respirar. Es la única forma que tengo de casi encontrar el equilibrio, y de casi ser feliz.
Cierra o abre
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Nos lo graban a fuego desde pequeños y, quizás, de alguna manera es una sentencia sanadora; nos alimenta de esperanza, creyendo así que tras una despedida siempre viene algo mejor. Lo que ocurre muchas veces es que somos nosotros mismos quienes nos empeñamos en dejar la puerta entre abierta, con la llave a medio a echar, esperando a que se vuelva (o la vuelvan) a abrir de nuevo. A veces, son los otros quienes se empeñan en no cerrarla del todo, pero sin atreverse a abrirla de par en par, de cruzar el umbral y pasar a nuestro lado. Dejando abierta una puerta maltrecha, que ya no encaja como antaño; como si la manilla no terminara de funcionar del todo; como esas puertas que requieren de una destreza casi mágica para poder abrirlas sin quedarnos con el pomo en la mano. Siempre he sido de las que se niega a cerrar puertas, aún a sabiendas de que otras mejores se abrirán; aún a sabiendas de que hay ventanas, mucho más pequeñas y sencillas, p...
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